Aviso jurídico | El sitio Europa | Búsqueda | Dirección de contacto
¡Celebremos Europa! - 50º aniversario del Tratado de RomaSaltar la barra de selección de idioma (atajo de teclado=2) 01/02/2008
EUROPA > 50º aniversario > Noticias y medios de comunicación > Puntos de vista

Imaginar Europa

Imaginar Europa
Bernard-Henri Lévy, filósofo. Nacido en Beni Saf (Argelia)

14/12/07

Bernard-Henri Lévy, filósofo: ser europeo no es ni triturar las diferencias nacionales para amasar una unidad artificial ni tampoco reproducir los lazos nacionales. Es una actitud que trasciende las fronteras bajo la enseña del derecho, la tolerancia, el laicismo y la humanidad.

No quiero empezar por la cultura… Deberíamos comenzar siempre por lo que Europa no debe hacer si quiere hacer bien las cosas. Ser un Estado nación más, por ejemplo.

Una nación más, una nación elevada al cuadrado.

Un tipo de nación grande que se sume a las pequeñas, añadiendo algunos adornos, o que incluso las sustituya, y que se limite, aunque en un nivel más alto y visible, a reproducir sus características, sus hechos y sus entuertos.

Querer hacer Europa y construir Europa significa romper con todo esto.

Sentirse europeo es tener un sentido de la existencia que, en este momento, no tiene nada que ver con los vínculos gestados en las tradiciones nacionales.

¿Qué interés tendría Europa si su misión fuera crear una forma de lealtad nacional más amplia y moderna, pero que al fin y al cabo sería la misma, con la única ventaja de adecuarse mejor a los retos específicos de una época y un momento histórico?

¿Qué interés tendría intentar vivir como europeo de origen francés y no como francés (y quien dice francés dice alemán, o inglés, o italiano, o luxemburgués) si ese intento no fuera para eliminar el marco, el modelo y el modo de pensar nacionales?

Redefinir el patriotismo

Conozco bien el patriotismo francés (o alemán, o inglés, o italiano o luxemburgués). Pero no sé qué es el patriotismo europeo, ni lo quiero saber, ya que eso significaría el final del proyecto. O quizá sí que quiera conocerlo, o por lo menos su homónimo. Podemos mantener el término si es necesario, pero utilicémoslo para designar una realidad distinta, un patriotismo entendido de forma más elástica, un patriotismo “constitucional” en el sentido que le dan Dolf Sternberger y Jürgen Habermas y que le había dado anteriormente Julien Benda en su Discurso a la nación europea. Ser europeo es inventar esa nueva idea que, en Europa, no significa amar a un lugar sino a una narrativa; a un orden jurídico, no a un terruño; y tampoco a unas raíces o, lo que es peor, una raza, sino a un universo de principios e ideas al servicio de todos. Soy europeo para acabar de una vez por todas con el sistema nacional y nacionalista de ver las cosas.

Reconsiderar la identidad

Un pueblo tiene una identidad. O, por lo menos, eso cree. Y en esa identidad reposa su pasión colectiva, su religión, podríamos decirlo así, con todos los fanatismos que la acompañan.  Europa, sin embargo, no tiene identidad. O si la tiene, o cree tenerla, necesita desengañarse, mantener a raya su creencia y, a la postre, desnudarse de su identidad.

¿Unir Europa? ¿Se vería Europa fortalecida por la unidad, como podría suceder en otros lugares? Sí y no. En sentido estricto, no necesariamente. Y, en cualquier caso, no por una unidad surgida de la fusión o de ese universalismo benévolo que, como una apisonadora, alisa los rasgos diferenciales, liquida los nombres de cada cual, amalgama toda la diversidad europea en una masa con una bandera común, una masa tanto más extensamente repartida cuanto más vana y vacía de contenido. David Hume, en un ensayo publicado en 1742 sobre el nacimiento y el progreso de las artes y las ciencias, dice exactamente eso. En un extremo, observa en China un vasto imperio, una lengua común, un derecho común y hasta un solo modo de vida. En el otro se sitúa Europa, con sus aduanas, sus legislaciones, irreductible, celosa y definitivamente variada y única. Pues bien – dice Hume – es en Europa donde se palpa el progreso. En Europa – insiste – encontramos invención. Porque es Europa y sólo Europa la que ha producido el milagro de una comunidad capaz de superar diferencias irreconciliables.

Podemos calificar esa comunidad de “indocumentada”, “imaginaria” o “paradójica”. Según el gusto o la perspectiva de cada cual, podemos dar a su inquietud intrínseca el nombre que queramos. Pero no por ello la comunidad que constituye Europa es una fuente de identidad. No por ello su principio rector se encuentra en la uniformidad o en la unicidad. Ser europeo es ser consciente de una convergencia indefinible, donde los factores diferenciadores se sienten tan profundamente como los aglutinantes.

No a las fronteras

Todas las comunidades humanas tienen una frontera, unos límites territoriales que las circunscriben estrictamente. Excepto Europa.

Sólo Europa se ha liberado de esa obsesión fatal por las fronteras que tenían las primitivas comunidades humanas. Y se ha liberado a sí misma por principios y por política, por la razón que ya he mencionado: porque es una comunidad no declarada, inorgánica, virtual; porque tiene su fuente en nuestras cabezas y no en nuestros pies; porque es una comunidad no común, atea, escéptica ante lo que normalmente santifica a las comunidades y les otorga un significado. El único lenguaje que le puede resultar extraño es el de las fronteras: sin patria no hay fronteras.

Ni identidad, ni confines ni fronteras: ¿es europeo alguien que se reconoce en una cierta idea de vida común, de derecho, de límites de la teología política, de laicismo, de tolerancia? Si es así, resulta imposible trazar una raya en la arena y determinar de manera categórica quién está dentro y quién está fuera. Para esta Europa que ahora se define por la humanidad más que por la geografía, es imposible decir “este es mi límite y este límite define mi continente”.

Reconsiderar las patrias

Los griegos ya lo sabían. Por ello, cuando idearon el término “Europa”, designaron con él un mito que simbolizaba no una tierra, sino un viaje – mejor, una escapada furtiva – y, más literalmente, la travesía de un mar que une unas tierras con otras. Viene a propósito recordar que por esto mismo no puede haber en principio ninguna objeción a una adhesión de Turquía que significaría la lealtad a los principios básicos de la identidad europea.

Dejemos que Ankara asimile por sí misma los derechos humanos. Dejemos que se enfrente a los fantasmas de una memoria genocida. Déjemosla que detenga definitivamente la marea negra del antisemitismo recrudescente. Entonces Europa, a menos que quiera negar su identidad, no verá razón alguna para excluir a Turquía de su espacio metafísico y, por consiguiente, físico.

Quisiera destilar todo esto. Si Europa no es una patria, si no tiene fronteras ni identidad, es porque es una entidad política. Una entidad singular, desde luego. Una nueva entidad que no recogen los tratados ni los bestiarios, una entidad política no identificada – una quimera, realmente – que ahora nos toca a nosotros construir.

Pero lo que es seguro es que es un proyecto político, un proyecto que se aparta totalmente de esa “misión civilizadora”, turbia e intelectualmente dudosa, en la que insisten machaconamente los falsos europeos. Si volviéramos a empezar, yo, decididamente, no empezaría por la cultura.

Aviso jurídico | El sitio Europa | Búsqueda | Dirección de contacto | Arriba