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¡Celebremos Europa! - 50º aniversario del Tratado de RomaSaltar la barra de selección de idioma (atajo de teclado=2) 01/02/2008
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Anécdotas de una firma

Anécdotas de una firma
Albert Breuer (a la izquierda), con el primer Secretario Ejecutivo de Euratom, G. Guazzugli Marini.

21/05/07

¡También entre bambalinas la ceremonia del 25 de marzo de 1957 tuvo sus sobresaltos! Un vagón desviado, unas limpiadoras demasiado cumplidoras y una huelga de estudiantes, entre otras cosas, hubieran podido cambiar la Historia. Albert Breuer, uno de los responsables de la organización logística de la ceremonia en Roma, nos cuenta sus recuerdos con humor y vitalidad.

“Sólo teníamos unos días para organizarlo todo: el transporte del material a Roma, la mecanografía del Tratado y todos los detalles de la organización material.

Unos días antes del 25 de marzo, un vagón de ferrocarril que transportaba todo el material de traducción y reproducción, y todo lo necesario para organizar una reunión de ese calibre, había salido de Bruselas y pasado por Luxemburgo con destino a Roma. Yo iba en el tren con la misión de asegurar que el material llegara a su destino. Pero en Basilea, los suizos decidieron retener el vagón. Llamadas telefónicas, nerviosismo… no hubo nada que hacer, y continué hasta Milán, donde tenía que recuperar el material. Una vez ahí, fui a buscar “mi” vagón. ¡Había desaparecido, con todo el material! Después de mucho buscar y mucho trasiego, apareció… en una vía muerta, a unos kilómetros, y por fin pudo seguir su viaje hasta Roma.

En cuanto llegamos, teníamos que seguir mecanografiando el Tratado, que no estaba listo aún. De hecho, lo que habíamos llevado a Roma era en realidad un “borrador” en hojas de multicopista, llenas de correcciones, que debía componer una imprenta romana.

En Val-Duchesse, los expertos trabajaban día y noche, discutían cada palabra, cada frase – ya ven, en eso no hemos cambiado… –, y cuando se ponían de acuerdo sobre una fórmula, nos llamaban a Roma para que introdujéramos las modificaciones necesarias en los documentos.

Teníamos el suelo literalmente cubierto de papeles y plantillas de multicopista negruzcas y emborronadas que debían imprimirse. ¡Por la noche, al ver tantos papelajos por el suelo, las encargadas de la limpieza lo tiraron todo! Ya no se podía recuperar nada. Todo había ido a parar a la basura. Desesperados, llamamos por teléfono a Val-Duchesse para que nos enviaran otro equipo de mecanógrafos, y así pudimos hacer nuevas plantillas para la multicopista.

Pero también teníamos que reunir los documentos. La Universidad de Roma nos envió estudiantes que iban a hacer ese trabajo por unas pocas liras, pero nuestro gozo fue breve: al día siguiente se pusieron en huelga. ¡“Sciopero”!. Los estudiantes reclamaban un aumento de 200 liras por hora.

Como resultado de todos estos contratiempos logísticos, el día de la firma, la impresión definitiva del texto no estaba lista, y los Ministros y Jefes de Delegación firmaron en un montón de hojas en blanco. Más exactamente, sólo pudieron imprimirse a tiempo la primera y la última página de los dos gruesos volúmenes. Entre ambas sólo había páginas en blanco. Salvo unos pocos que estábamos al corriente, nadie sospechó nada… el gran problema era impedir que los periodistas se acercasen demasiado. ¡La honra estaba a salvo! Por suerte, en el momento del sellado, que señalaba la aprobación oficial de los Tratados, todo volvió a su cauce.

Mis actividades europeas prosiguieron después con la organización de más de veinte reuniones de Euratom, en Bruselas y en el extranjero, y de diez Consejos Europeos.

Después de todos estos años, conservo muy vivos estos recuerdos y mantengo intacta mi fe en esta Europa que vi nacer”.

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